”Aunque desde muy pronto el archivo donde escribía se llamara La casa de mi padre, este contuvo durante los casi diez años que duró su escritura, fragmentos que iban multiplicándose, que a la vez iba trabajando y puliendo. Era importante para mí, porque sabía que tenían una extraña energía que provenía del vacío que había dejado mi padre. La necesidad de estructurarlos viene con la toma de conciencia de que, a pesar de ser unitarios, esos textos formaban un cuerpo, un corpus, que no sabía cómo articular. La casa-cuerpo (que, en realidad, sigue el plano real del ático donde vivía y murió mi padre), llegó en la última etapa de escritura”.
(Pablo Acosta, entrevistado por Felipe Cussen)
Conocí hace muchos años a Pablo Acosta (La Laguna, Tenerife, 1981) en la Universitat Pompeu Fabra, gracias a nuestro común interés por la mística medieval. Posteriormente he seguido con mucho interés sus trabajos en torno a figuras como Margarita Porete y Angela de Foligno (cuyo Libro de la experiencia editó y tradujo para la colección El árbol del Paraíso, de Siruela), desde perspectivas muy atractivas en este campo de estudios, como el análisis de manuscritos y sus marginalia, o las circulaciones y censuras de estos saberes. Actualmente es investigador posdoctoral María Zambrano en la Universitat Autònoma de Barcelona, con un proyecto enfocado en la abadesa visionaria franciscana Juana de la Cruz.
En nuestras conversaciones sobre estos asuntos, a veces surgía la promesa de un libro muy distinto que estaba escribiendo, cuya forma yo no conseguía imaginar con precisión. Pues bien, a fines de 2022 este libro finalmente apareció, gracias a H&O Editores, y con el título La casa de mi padre.
Tu libro aparece en un momento editorial en el que se publican muchas obras bajo el rótulo de autoficción y, al menos a primera vista, pareciera corresponder a dicha tendencia. Pero también pareciera vincularse con otros géneros y tradiciones, como las memorias, la confesión, el ensayo e incluso la prosa poética. ¿Cómo te sitúas dentro de estas coordenadas?
La verdad es que este libro nació de la necesidad de una escritura muchos años antes de que esa etiqueta (“autoficción”) estuviera en boga. Fue un libro que fui escribiendo a ratos y durante mucho tiempo, cuando realmente algo luchaba por salir y escribir era la única manera que tenía de liberarlo. En ningún momento de ese proceso fui consciente de estar conectando con una tendencia que ni siquiera sabía que existía. ¡Lo juro!
En realidad, hasta hace pocos años no he leído casi nada de literatura contemporánea: normalmente mis lecturas cubrían del siglo XX hacia atrás, sobre todo hacia la Edad Media, y ahí es donde creo que se explica la forma de tratar la materia que tiene este libro. La casa de mi padre está relacionada con las tradiciones que buscaban en el mundo interior su forma (su estructura) y su función literaria, es decir el uso que debía darle su usuario o usuaria. No es lo mismo una novela de caballerías del siglo XV, donde se narran las aventuras del caballero y que tiene una carga ideológica potentísima, que un manual de meditación, que pretende que el lector sea un espectador que se imagine viviendo una escena descrita y participe en ella (para revivir la pasión de Cristo, por ejemplo). No me interesa tanto reconstruir mi pasado, ficcionalizar, como indagar en mi memoria y en las imágenes que me pueblan para poder encontrar un sentido. Y con “un sentido” no quiero decir una explicación de las cosas que ocurrieron: el tema del libro (el duelo vivido durante los diez años que duró la escritura por el suicidio de mi padre) no busca las razones de ningún acto pasado, sino tan solo realizar una indagación íntima (todo lo íntima que pueda ser la escritura que, por definición, es algo para otros). La casa de mi padre tiene más que ver con esos tratados de meditación medievales, con un ejercicio interior, que con Annie Ernaux, aunque evidentemente en ocasiones pueda llegar a sonar a Annie Ernaux (¡con suerte!).
Precisamente uno de los aspectos que más me interesó del libro fue que el proceso de construcción estaba muy expuesto, e incluso muestras algunos de los materiales previos con los que lo armaste. De algún modo, el sentido que vas encontrando y develando va aparejado con la búsqueda de una forma que, supongo, no estaba definida desde un principio.
Aunque desde muy pronto el archivo donde escribía se llamara La casa de mi padre, este contuvo durante los casi diez años que duró su escritura, fragmentos que iban multiplicándose, que a la vez iba trabajando y puliendo. Era importante para mí, porque sabía que tenían una extraña energía que provenía del vacío que había dejado mi padre. La necesidad de estructurarlos viene con la toma de conciencia de que, a pesar de ser unitarios, esos textos formaban un cuerpo, un corpus, que no sabía cómo articular. La casa-cuerpo (que, en realidad, sigue el plano real del ático donde vivía y murió mi padre), llegó en la última etapa de escritura para crear una narrativa que en principio es lineal (el recorrido por la casa), pero que encierra esas breves piezas textuales como en un relicario. Esta es una imagen que uso al inicio del libro y creo que también lo define muy bien: los textos originales son como huesos de un cuerpo roto que inserto y engarzo en un lugar cerrado, donde adquieren sentido. También que la estructura se vea, se muestre, está relacionado con la necesidad de extrañar el relato, de que las personas que lo lean no se sientan cómodas en una simple novela que los embauca, sino que sean conscientes de que lo que leen forma parte de una escritura-otra.
Sí, y esa es una interesante paradoja: al mostrar el artificio de la construcción se transmite una mayor sensación de honestidad a lo largo de libro. Me interesa, por cierto, que pudieras profundizar en los modelos que tuviste en mente a la hora de estructurar el relato en base a un modelo arquitectónico. En varios momentos mencionas no sólo a la casa, sino también el “palacio de la memoria”, y resuenan ecos de las escalas de Margarita Porete, o de las moradas de Teresa de Ávila, como formas de organizar y comprender una experiencia. Pero también tu libro me hizo pensar en otras obras contemporáneas que recurren a opciones parecidas, como La vida instrucciones de uso de Perec o esa hermosa edición de Casa tomada de Cortázar diagramada por Juan Fresán, en la que el texto va avanzando a través del plano de las habitaciones.
Sí, como he comentado en otras ocasiones, la cuestión del espacio recordado (del espacio a recordar) proviene de la técnica memorativa de los loci, comúnmente conocidos como palacios de la memoria, mezclada con técnicas espaciales de meditación cristiana, como la de las scalae Paradisi. Y sí, lo has visto muy bien: soy un fan absoluto del libro de Perec (aunque no soy consciente de cómo ha podido influirme, quizá con la cuestión de plantear pistas de un caso policial que nunca se resuelve) y también conocía esas ilustraciones de Fresán en la edición de Cortázar. Más que Casa tomada, sin embargo, creo que está más presente la idea de tránsito al otro mundo de Rayuela (el tránsito de la Tierra al Cielo), lo que conectaría con esos itinerarios místicos de Marguerite Porete o Teresa de Ávila, que conozco bien. En este sentido, la casa también hace un recorrido como el de Dante en su Commedia, que en el fondo es el prototipo de cualquier viaje que parta del infierno para salir al Paraíso. Y también está en la casa la idea del laberinto que es la casa de un monstruo, como en el Asterión de Borges o House of Leaves (un libro que deploro, pero que contiene escenas que me encantan). También nombro Dogville y es evidente por qué. Lo más importante de todo esto, sin embargo, es que todas estas obras las leí o las vi hace mil y un años (menos la Commedia, que voy releyendo a cada poco) y que su manera de modelar la casa ha sido siempre inconsciente. Conozco estas influencias porque me las señala la gente… ¡Y veo que tienen razón!
Hay un rasgo del narrador que resulta muy peculiar: muchas veces se dirige al lector o lectora, como si estuvieran caminando juntos por las distintas habitaciones, y también en ocasiones utiliza la primera persona plural para describir los efectos que produce el relato. En ese sentido, se distancia de otros discursos autobiográficos centrados en el yo y, en cambio, pareciera decirnos que estos laberintos solo se pueden recorrer acompañados.
Ese narrador llegó junto a la decisión de articular los fragmentos a través del plano. Conscientemente, no sé de dónde surgió, pero si lo pienso, creo que era la única forma de “introducir” a los lectores o lectoras en la casa de una forma literal, haciéndolo sentir una presencia de cuerpo que me permitiera guiar las sensaciones que quería transmitir. Es un libro escrito no solo con la vista, sino con el cuerpo y, en este sentido, quiero dirigir lo que el lector o lectora siente dentro de la casa.
Sé que es un narrador extraño, pero creo que funciona: quizá lo saqué de esos libros de “Elige tu propia aventura” que devoraba cuando era niño o de los tratados de meditación que ya he nombrado, que empiezan a circular por Europa en el siglo XIV y que quieren hacer revivir la pasión de Cristo a la persona que usaba el libro. Ambas influencias tendrían sentido, pero, como te digo, las elecciones fueron un proceso de prueba, error, corrección e intuición que poco tuvieron que ver con “quiero imitar esto o aquello”.
¡Yo también era fanático de “Elige tu propia aventura”! Creo que de ahí me viene el interés por las narrativas no lineales… Además de la estructura tan precisa del libro, que ya hemos comentado, hay una dimensión más abstracta, onírica, que surge en algunos momentos, con una apelación muy intensa a todos los sentidos. Me llamaron la atención, en particular, aquellas ocasiones en que la figura del padre se desmorona no solo a nivel simbólico sino también materialmente, se machaca hasta su destrucción.
Jajaja. Yo creo que esos libros formaron a muchísima gente que hoy escribe. Habría que investigar su influencia (si no se ha hecho ya), porque es tremenda. La dimensión onírica es fundamental, porque los del libro son sueños reales, que tuve durante años. Imágenes que tenían una potencia tal que me veía abocado a transcribirlos en el archivo inicial. Después los introduje en la casa, en forma de citas o los encajé, como en un bricolage, en algunas de las habitaciones (en la biblioteca de mi padre, por ejemplo, o en el parqué, surgiendo entre dos tablas: eso también fue un sueño, de una lucidez aterradora, que después trabajé durante años, para que funcionara en la articulación de la casa). Algunas de estas imágenes-sueño están tratadas o de forma tragicómica (sobre todo las de las notas: la de mi padre triturado es una de ellas, pero también aquella en la que nos enfrentamos a uno de sus amigos vestidos “como de bomberos” y salimos malparados) o como imágenes literarias, meditativas, a través de la búsqueda de la evocación: que condensaran sentidos que llegaran a saturar por acumulación. La de la desaparición de mi padre bajo el parqué, diluyéndose, cómo derritiéndose, está relacionada con la baba de la casa, que cuento que rezumaba bajo una estantería y que encontré allí una noche cualquiera o con la inundación inicial de la casa, que es el fragmento que se puede leer en Granta… Todo está conectado. De estas cosas, repito, me doy cuenta a posteriori, porque intento, sinceramente, no traicionar la verdad del material inicial…
Ese efecto de la saturación funciona muy bien, y tiene efecto acumulativo hacia el final del libro, pero, al mismo tiempo, entra en tensión con los límites en que se intenta encuadrar la experiencia a partir del esquema autoimpuesto de la casa. En ese sentido, me llama mucho la atención la insistencia de la primera oración “Esto no es un libro, es una casa”, que vuelve a aparecer en diversos momentos e incluso en el texto de contratapa, como si fuera un mantra o un ostinato que acompaña toda la lectura.
Esa es una frase que quiero que se quede marcada en la persona que se acerque al libro desde un inicio. Es una declaración de intenciones. Valerie Miles, que publicó ese primer fragmento de La casa en Granta y que después tuvo la amabilidad de presentarla en Barcelona, me dijo tras acabar de leerlo que lo que había creado era un libro-instalación, realmente una casa. Por supuesto, esta es una paradoja, porque se trata de una casa hecha primariamente de discurso que después se transforma en materia mental en los lectores y las lectoras, pero es en una imposibilidad como esa (la de transmutar la experiencia propia en la materia escrita, que por definición es ajena a tal experiencia) donde encuentro el sentido, precisamente, a escribir. Que se repita como un mantra tiene que ver con la necesidad de entrar de nuevo a la casa y hacer entender que hay un reinicio en un momento determinado del libro, pero que está retornando a un territorio conocido… Y, a la vez, dar a entender que ese reinicio será continuo, al menos mientras yo viva.
Una última pregunta. Es evidente que tus investigaciones sobre mística han alimentado la escritura de este libro, pero quisiera preguntarte cómo crees que el proceso de La casa de mi padre, la inmersión y experimentación de otros estilos de escritura y relaciones con la experiencia personal podrían influir tus investigaciones futuras.
Esa es una buena pregunta, porque me la suelen hacer al revés. Por supuesto la investigación es una actividad interior (la investigación en Humanidades, al menos, debe presuponer un trabajo de atención y reflexión a través del uso del lenguaje, algo que seguramente cambiará en las próximas décadas con la normalización del uso de la Inteligencia Artificial). En este sentido, La casa supone un enriquecimiento de mi visión de las relaciones entre escritura y experiencia, escritura y cuerpo, palabra y performance… Igual que no puedo escapar de ciertas imágenes, es imposible que mi perspectiva no varíe después de este esfuerzo, ni tampoco que no la incorpore a mis estudios. En el fondo la actividad interior siempre se retroalimenta: no creo que sea posible romper ese círculo.